Las charlas en el ascensor con aquellos vecinos que uno nunca ve, o se cruza cada dos por cuatro, son definitivamente insoslayables. Ya nada funciona. Ni hablar del clima, ni de la gripe porcina, ni del reciente aumento de expensas.
Y si se trata de ese vecino tan lindo con pantalones chupines y guitarra a la espalda, peor aún... El vacío es insostenible.
Mejor hacerse la zonza, quedarse atrás y esperar a que suba tranquilo, mientras se simula estar buscando algo en la cartera, o escribiendo un mensaje de texto.
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