12 de diciembre de 2009

Bye bye, Sony (día de mierda)

Me levanto de buen humor, yo soy una persona que siempre se levanta de buen humor, es muy raro que la mañana me caiga mal. A pesar de todas las cosas que me quedan por hacer, que se suman al montón que vengo haciendo en estos últimos dos meses, léase estudiar, escribir, trabajar que es escribir, trato de no pensar demasiado. Es viernes, tengo tiempo, “time is on my side”, como canta Micky.

Después de tomar cafecito, leer los diarios y boludear un ratito (¿por qué no con esta mañana feliz?) me meto a bañar. El instinto femenino que no falla hace que mire para afuera de la bañadera, corriendo la cortina con mis manitas llenas de L’oreal Elvive. Sí, un río se desliza desde los azulejos colorados que se pisan en mi baño hasta el parqué tan bonito del pasillo. Agua. Mucha agua. Cierro las canillas tan rápido como caen las gotas llenas de espuma de mi pelo que también está lleno de L’oreal Elvive (para cabellos con tendencia a engrasarse). Desnuda, cualquiervecinoestaríafelizdeverme, correteo hasta la lavandería en busca del palo y el trapo. Busco también una bolsa y me lanzo a la inmunda tarea de meter una manita ya sin shampoo en el agujero del desagüe para sacar eso que tapa y que no podía ser otra cosa en una casa que habitan tres féminas: una bola de pelos. Termino de sacar todo el agua y vuelvo a bañarme, con el corazón acelerado y los ojos alertas a la inundación. Parece que lo arreglé, che…

Que pum que pam, llega amigo Adri, tenemos una cita, no entre nosotros, sino ambos con una chica, tampoco trío, estamos investigando algo… Algo que es largo y aún queda mucho de esta inmundicia de día.

Vamos al banco porque debo hacer el depósito que garantiza que yo siga teniendo techo en esta ciudad de la que me quiero ir cada vez más a menudo. Sacamos un numerito: 75. ¿Por cuál van? Por el 25. Epa, ¿qué tul? ¿Qué hacemos? ¿Un picnic? ¿Un almuerzo bancario? De cuatro cajas, hay sólo dos atendiendo, y encima en una hay una bancaria que ya la tengo calada, la de la caja 5 que habla y habla con cada uno que tramita, deposita o busca monedas. Van por el 36 y me canso. No me canso porque sea tarde y yo esté apurada, ni me canso porque los cajeros parecen estúpidos como el hermano de “Kevin creciendo con amor”. Me canso porque hace 11 meses que voy a depositar lo mismo, el mismo día de cada mes, y siempre igual: los hermanos de “Kevin…” atienden con la rapidez que ofrece el Banco de Scioli, con la mano mocha del gobernador. Me canso y me mando: “Disculpame, ¿el libro de quejas?”. El rati me manda al primer piso, en el que está la gerencia. Y de acá en más se arma una que es larguísima, pero que, para resumir, incluye:

- una clienta enfurecida (yo)
- un bancario un poco buena onda que siente empatía por mi malestar
- una hoja A4 en blanco donde deposito mi odio, que arranca con la frase “tengo el agrado de -dirigirme a usted a fin de destacar la pésima atención de esta sucursal”, y desde ahí, más y más bronca perfectamente redactada y hasta con cierto dramatismo
- una empleada forra y frustrada, y dos empleados que sólo están pendientes de las empanadas que se pidieron enfrente
- lágrimas (mías, obvio, lo que hace el hormonazo)
- una gerenta que me dice “con vos estoy perdiendo el tiempo, dame que te firmo la nota como recibida”

Salgo llorando, y amigo Adri que me banca en todas, empieza con esa teoría de que el problema no es el banco sino que estoy con muchas cosas y demás. Se me pasa con un sacudón de glucosa que sólo una coca puede aportar.
Vamos a nuestra entrevista. Decepción. Una mujer que investiga casos mafiosos que su mismo jefecito regentea… La investigación avanza firme, nuevas puertas que se abren…

Ya sin amigo Adri, me voy para el trabajo. Todo mal, ni siquiera puedo cerrar una página, llegué tarde y ya ningún funcionario me atiende (trabajo de reportera). Pero, entre cosita y cosita, me quedo hasta las 10 de la noche, y me voy con los ojos cansados y llorosos, de hartazgo. En el bondi hacia la casa de mi buena amiga Lula, analizo el día, lloro un poco, descanso otro tanto, y llego a la conclusión de que ya está, ya terminó el día.

Pero, apenas me puedo sentar en un banquito alejado de las cajas que anuncian que ese departamento quedará vacío después de las 10 de la mañana del otro día, y mientras mi buena amiga Lula me pasa una rapidita de queso y jamón, una atrás de otra, lloro a mares confiando mis penurias de bolsillo pelado y otras frustraciones.

Como un subibaja: llega el novio de América (de mi buena amiga Lula, si yo tuviera un novio de América, a) no lloraría, b) no estaría escribiendo a esta hora de la madrugada), al ratito mi colega Picachu, y todo se pone divertido, risueño, y yo contenta porque por mudanza ligué unas prenditas primavera/ verano de mi buena amiga Lula con las que pienso conquistar esta temporada.

“Es tarde, Picachu, vamos en un taxi”, digo y pedimos el coche.

Por fin en casa, es tardísimo y yo me tengo que levantar a las 9, voy a poner el desp… MI celular, oh, no!!!! ¿Mi celular? ¡MI celular! Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. ¿Cuántas veces me dije y recontra dije que ese bolsillo de esa camperita pedorra made in Palermo, adquirida en tiempos de solvencia económica, no debía usarlo? ¿Cuántas veces, estúpida?

Llamamos con Picachu a la empresa de radiotaxi, lo cual sirvió para comprobar una vez más que tomar un radiotaxi no sirve de una mierda. Llamamos a mi telefonito, claro está, y nos topamos con un misterio. Llama, llama, contestador. De nuevo, llama, llama, contestador. Llaman del radiotaxi, dicen que no encontraron nada. De nuevo al telefonito, ahora ni llama, directo contestador. Chau picho. A llamar a la empresa que me da el servicio para que ya no me lo den. Llanto, bronca, más llanto. Mientras hablo con la empresa, suena un ruido extraño (estoy hablando con el celular de Picachu). Corto y me fijo: una llamada perdida… ¡¡¡mía!!!! Ahhh! Desesperación, llamamos, llamamos, contestador. Llamamos, llamamos, contestador. Llamamos, el fin: “el teléfono se encuentra apagado o fuera del área de cobertura”. La empresa hizo real mi deseo.

¿Qué creyeron? ¿Que había final feliz? No, si no, no estaría escribiendo. MI celular estará lejos, en manos de otro, que se estará enamorando de esos mensajes de texto que atesoraba. La cursilería móvil que nunca pude/quise borrar.

Desvelada e incomunicada, así estoy yo, así estoy yo sin ti, Sony Ericsson W200. Hasta siempre. Nadie te querrá como yo lo hice.

1 de diciembre de 2009

Lacia

Lacio mi pelo

Lacias mis ganas

Lacio mi cansancio

Nudo en la panza

¿Dónde está ese maldito poema, Elsa Bornemann, que en google que todo lo sabe y todo lo ofrece, no está?!!!

Ay, ay, ay... ¿No basta con que te sonría? ¿Qué más necesitás?
(el morral no me lo voy a poner)


Decía Silvio

Ese señor que conducía "Grandes valores del tango" decía siempre: "un corte, una quebrada". Mmm... eso de la quebrada qué es?

En fin, aca estoy, pasé la quebrada?

"volví. decidí que un día tenía que hacerlo y lo hice. el lugar estaba igual. el miedo a que salieras de algún rincón era proporcionalmente igual a las ganas que tenía de que pasara. verte. olerte. sobre todo eso: olerte… raro…

'los sentimientos se me volvieron minimalistas', pensé mientras saltaba del colectivo.

tuve una imagen: paredes que transpiraban. yo daba por hecho que era humedad, pero me acercaba, lamía la pared y el gusto era salado. las paredes lloraban. esas paredes que una vez nos habían visto, lloraban. las paredes del lugar en el que una vez decidí sonreír y sonreíste, y luego fue una palabra, y dos, y de repente 'ay, hemos conectado', pensé después de aceptar que nos íbamos juntos del lugar, yo con mis piecitos que tenían vergüenza de mis deseos, vos con monedas en los bolsillos que hacían ruido, tilín tilín, tilín tilín..."


Esto lo encontré recién, lo escribí en este tiempito que estuve de licencia...