12 de enero de 2009

Una tarde en particular

Se había olvidado de que este río tenía corriente. Y también se había olvidado de que el agua era helada. Así que en la orilla, con las piernas metidas hasta la rodilla, la estaba pasando mal. Miraba el agua, clara, clarísima. Intentaba que las piedras le arrojaran el mensaje. Pero nada. Al mismo tiempo sabía que era una estúpida por pensar así. “Sé que las respuestas están adentro mío, pero es que me da pereza buscarlas”. Pereza de alma, como cuando no tiene ganas de hacer una cosa, porque sabe que el resultado no va a estar tan bueno. Comenzó a cantar la canción que le venía de la noche anterior: “Miraba el cielo justo a tiempo…” Hacía mucho que no escuchaba esa canción, y mucho más que no la bailaba, y sonreía al recordar que la había bailado como en los viejos tiempos. “Dale, metete, no seas cagona”. El grito interrumpió sus pensamientos. Era meterse y ya, ella sabía que la cosa iba a mejorar una vez que se hubiera sumergido. “Todas esas estúpidas analogías con la vida”, se dijo a sí misma. Podía abandonar ahí, darse vuelta, subir la escalerita e ir a tomar una cerveza bien fresca a la sombra, o bien meterse y bancarse el frío, con la ventaja de sentir, como hace años no sentía, que la corriente la llevaba sin que ella tuviera que hacer un esfuerzo. “Esas estúpidas analogías con la vida”, se repitió. Contó para adentro “1, 2, 3” y se zambulló. Y la sensación fue muy buena, el agua le sentó espectacular, la despabiló. Y en ese momento, por un segundo, apenas unos instantes, se respondió que sí.

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